martes, 14 de abril de 2020

SEMANA DEL PADRE LUIS


Hoy, 4 siglos después, la historia del P. Luis se repite en casi todos los países del mundo, pues la pandemia ha hecho lo que nunca antes nada había logrado: unir e igualar fronteras, estatus y seguridades, y aunque algunos caminemos más confiados que otros por la suerte que tenemos, en general la situación es de desconcierto frente al futuro.

Comenzamos la semana del P.Luis Pérez Ponce. Esta semana hubiésemos tenido nuestras fiestas habituales, nuestros encuentros deportivos en los colegios y a nivel de la congregación, nuestros desayunos especiales.  

Estos eventos descritos anteriormente no los podremos hacer, pero tenemos la suerte de sí poder hacer algo. ¿Qué podemos hacer? Aproximarnos más a su vida. Dicen que lo que no se conoce no se ama, no se valora, no nos importa. Y es por eso que hoy vamos a conocer y a reconocer un poquito más la vida y la obra de uno de nuestros fundadores.

Sabemos, por los datos biográficos del P. Luis, que un día hermoso de primavera pasaba un soldado con varios compañeros de la milicia por Villafranca. Había perdido todas sus fuerzas y se sentía desfallecer; los colores, las formas de las cosas apenas era capaz de distinguirlas, una fiebre muy alta le azotaba y cuando parecía que no podía dar ni un paso más, justo frente a él apareció el P. Luis.

Lo condujo hasta su casa, un lugar austero y con muy pocas cosas. Allí, en su hogar, le ayudó a acostarse en su cama y durante varios días le alimentó, cuidó de su fiebre, dedicó horas a hablarle de Dios y a escuchar lo que tenía que contarle.

Durante varios días y largas noches, sin descansar ni un segundo, estuvo pendiente de su recuperación en cuerpo y alma.

Pasaron varios días hasta que recuperó sus fuerzas. Incluso habiendo perdido la esperanza y habiendo sentido mucho miedo durante un tiempo, su cuerpo, sus piernas, su voz, sus ojos...todo volvió a la normalidad. Era como volver a despertar a la vida.

Al marcharse, el P. Luis quedó contagiado mortalmente y un mes después, una mañana de Pascua sobre las 3 de la tarde, se apagaba su vida, siendo estas sus últimas palabras:

“Para tenerlo todo sobrado debéis contentaros con poco”.

Como veis, su muerte, al igual que la de tantos médicos y trabajadores, no ha sido en vano. Ellos son para nosotros testimonio real de que el amor a los demás, cuando es verdadero, es capaz de hacer lo que sea por el bien de los otros.

Hoy, como ayer, el Señor nos regala como modelos para nuestra vida a pequeños superhéroes sin capa, espadas o armas, pero sí con una bandera: la del amor universal.

Que el P. Luis interceda por nosotros ante Dios y que nuestra Madre la Virgen del Patrocinio nos ayude a vivir desde la alegría.

Y que no se nos olvide: merece la pena ayudar y merece la pena dejarse ayudar.




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